Ir al contenido principal

El espejo nebuloso.


[Me encanta permanecer mucho rato dentro de mi coche mientras llueve].
•••
Hoy me vi en el espejo de soslayo justo al salir de la ducha. Estaba algo empañado [el espejo], pues las temperaturas de estos días dan ya para eso otra vez. Me vi, digo, desnudo y de perfil en esa nebulosa y me llamé la atención. Hacía meses que no miraba con detenimiento mi cuerpo desnudo y entendí que era un buen momento [quedaba media hora para llevar a Guillermo al cole y todo estaba tan controlado como para perder diez minutos en ese descorazonador asunto de verme en toda mi dimensión carnal].
No he cambiado demasiado desde la última vez… quizás algo más llenito de la zona lumbar [no demasiado] y con el vello algo más nevado [tampoco mucho más].
Verme así me proporciona una dimensión extraña que necesito aunque sea un tanto dolorosa: El cuello ya va retorciéndose en una friolera de meandros que semejan la vista cenital de un planeta que tuvo vida [grietas y cauces de ríos secos, colinas derrotadas, abismos pequeñitos…] y sigue coronado por una leve papada que oculto con mi barba blanquísima. Los hombros han caído un punto hacia adelante [nunca fui un tipo de planta de ‘T’] y enfocan en mi espalda lunar [hay toda una galaxia de lunares y pecas que me ha dejado el sol] una suerte de pequeña y forzada chepita de derrotado. El pecho, que ya se vino abajo hace unos años, es como de un trazán mal avenido con la estética… blandito, generoso, con un bosque nevado que no anima más que a esconderlo y unos pezones tristes que reaccionan al frío todavía. El vientre se flanquea de forma generosa con esas morcilletas lumbares que son como una hucha o una publicidad incontestable de que el hambre no existe en mi mundo cercano… mi ombligo sigue siendo un pozo generoso, profundo, desmayado… parece que penetra hasta el justo infinito de la espalda. El bajo vientre mantiene su tersura anterior –es muy curioso cómo mantiene exactas las líneas de los veinte, pasando de los restos del naufragio que es resumen del cuerpo–, con su hondura boscopilosa que aún mantiene lo negro en contraste muy duro con el resto del vello. Aquello que fue arma es ahora dique seco [no habrá más comentarios al respecto]. Las nalgas aún no caen, pero prometen pronta y entregada sumisión a esa gravedad física inexorable. Los muslos permanecen en su fuerza y en su tono [los trabajé bastante jugando a baloncesto durante treinta años]. Las rodillas siguen tan destrozadas como siempre y los gemelos guardan la finura genética que heredé de mi madre…
El conjunto es un aunténtico ‘necesita mejorar’ que me parece que ya no admite ni convocatorias de gracia.
Me reí a carcajadas mirándome y mi hijo decía mientras veía unos dibujines en la tele del dormitorio: ‘¿Qué te pasa, papá, de qué te ríes?´. Le contesté: ‘De mí y de ti, de nosotros’.
Me pusé el albornoz y salí a comenzar otro día sin más, con mi Lacoste crema, con mis tejanos viejos, con la chaquetona kerouac y los mocasines marrones… todo para esconder esta auténtica caída del imperio unipersonal que dirijo.
Lo difícil que le resulta al hedonista ser narciso en estas circunstancias….
De FUMADORAS

Comentarios

  1. Yo, querido Luis Felipe, siempre espero a que el espejo esté totalmente empañado para salir de la ducha...

    ResponderEliminar
  2. Es verdad hombres y mujeres llegando a los cincuenta sentimos el peso de la gravedad igualmente,nosotras tenemos algunos truquillos para disumularlo, los sujetadores que hacen su función y bragitas que aprietan con suavidad, no como las antiguas fajas que eran un tormento. Pero existe una diferencia entre el envejecimiento masculino y femenino, la mujer siendo de la misma "quinta", siempre parecera mayor que el hombre, no se si sera por la maternidad o porque el hombre al envejecer se suele poner más interesante, o a mi me lo parece,conserva en la mirada un nosequé cazador que gusta, e incluso conquistais a mujeres mucho más jovenes.
    Nosotras tenemos que sufrir el suplicio de cuidarnos para conseguir lo mismo. Es injusto.

    ResponderEliminar
  3. yo cada vez, soy el espejo de mi padre, mal que me pese.

    ResponderEliminar
  4. En la Biblia, cuando Dios echó a Adán y Eva del Paraíso se les olvidó comentar el detalle más importante: parirás con dolor, trabajarás para comer y... jamás, nunca, me ganarás la partida, de eso ya me encargo yo.

    Cuando eres joven, guapo y fuerte, eres un pelele (aunque hayas salido más espabilado de lo normal) y cuando empiezas a saber cómo funciona todo esto, te carcome la vejez y, más adelante, las enfermedades.

    Se te pueden caer las tetas, hinchar la barriga y apagársete el pelo, vale, duele, pero por mucho que tu cuerpo se destroze, Ni Dios, te quita la mirada y la sonrisa de quien hace lo que le da la gana cuando le da la gana, siendo sincero con uno mismo e ignorando las imbeciladas y mentiras sociales de las que somos esclavos a los 20.

    Y, como hay que elegir una de dos...yo elijo sonreir como perra vieja a un polvo de vez en cuando, sin sustancia la mayoría de las veces, con un veinteañero.

    (todo esto seguro que es un texto autoayuda, cumplo 31 y estoy acojonada...) :-D

    ResponderEliminar
  5. No me gusta la prosa tan descriptiva, con frases tan elaboradas. Pero no por ello es un mal texto, cada uno tiene sus gustos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Por favor, no hables de mí... si acaso, hazlo de ti mismo...

Entradas populares de este blog

Al Canfrán a varear fideos...

Debe ser de cuando te mandaban “al Canfrán a varear fideos” o incluso de aquella mar salada de los ‘mecachis’... el caso es que siempre llevo puesto algo de casa [que es como decir algo de antes] en la jodida cabeza... y nado entre una pasión libidinosa por decir lo que me dé la gana y un quererme quedar en lo que era, que es lo que siempre ha sido... pero todo termina como un apresto en las caras, mientras el hombre de verdad dormita entre una sensación de miedo y otra de codicia... ¡brup!... lo siento, es el estómago que anda chungo... y tengo ideología, claro, muy marcada, y la jodida a veces no me deja ver bien, incluso consigue que me ofusque y me sienta perseguido... a veces hago listas de lo que no me gusta y de los que no me gustan... para qué, me digo luego, y las rompo... si al final todo quedará en lo plano y en lo negro, o en lo que sea, que al fin y al cabo será exactamente lo mismo... es por eso que hay días en los que me arrepiento de algunas cosas que he hecho, casi t

Los túneles perdidos del Palacio Ducal bejarano.

Torreón del Palacio Ducal con el hundimiento abajo. De chiquitillo, cuando salía de mis clases en el colegio Salesiano, perdía un buen ratito, antes de ir a mi casa, en los alrededores del Palacio Ducal bejarano. Entre los críos corrían mil historias de pasadizos subterráneos que daban salida de urgencia desde el palacio a distintos puntos de la ciudad y nos agrupábamos ante algunas oquedades de los muros que daban base a los torreones para fabular e incluso para ver cómo algún atrevido se metía uno o dos metros en aquella oscuridad tenebrosa y estrecha. Ayer, en mi curioso pasar y por esa metichería que siempre tenemos los que llevamos el prurito de la escritura, escuché durante el café de la mañana que se había producido un hundimiento al lado de uno de los torreones del Palacio Ducal y corrí a pillar mi cámara y me acerqué hasta el lugar. Allí, bajo el torreón en el que se ha instalado una cámara oscura hace un par de meses, había unas protecciones frugales que rodeaban un aguj