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Retórica de pieles para esta resaca de tristeza.


Y para esta resaca de tristeza quiero hoy una hermosa retórica de pieles que me lleve a lo caliente y limoso, una retórica de pechos coronados con hermosos pezones de puro chocolate prestos para la boca, una retórica de muslos jugando a columnarios con sus turgentes capiteles de carne y sus angostas selvas, una retórica de pliegues y hendiduras mojadas como peces, una retórica de nucas esperándome y de manos solares amaneciendo entre unas nalgas cálidas…
El hombre espiritual se redime en lo físico, y también se sana. Así, hoy rebusco una estética que sepa procurarme reacciones intensamente físicas, una estética que me haga arder y caer en picado al mismo tiempo hasta lo corporal; ésa que procura la nata caliente después de la tensión y lo encarnado, la que derrama mientras presta el temblor.
Y busco en mi cabeza un cuerpo donde hundirme sin posible escafandra, un cuerpo que amasar como se amasa el pan o los bollos maimones, un cuerpo en el que resbale la crema y se evapore… y luego darme tiempo mental para reconocerlo con las manos, despacio, muy despacio… y también con los labios y la frente, y con la lengua líquida, y con la piel incircuncisa… darme tiempo mental para reconocerlo en todos sus volúmenes y esquinas.
Y de los días tartamudos pasar a la piel tartamuda y a los lechos escritos con presiones y gozosos sofocos… Mi lecho, sus sábanas y yo: toda una cripta hermosa e incomparable donde vivo remuerto cada noche para reflorecer con pinceladas limpias en los amaneceres y ser espalda y humareda, pupilas y aliento agrio. Mi lecho es santuario voraz al que el sueño entrega mis lunares, en él caigo maduro y de él salgo verde y con mis cabellos revueltos. Y también es playa, pero sin horizonte, donde espero a las divinas ahogadas que nadan mi cabeza cada tarde.
Tumbarme sobre ti, idea de mujer, y olvidarme de todo lo que no sea éxtasis y sexo medular, de todo lo que no sea pistones y reyerta, sudor contra sudor y boca contra boca.
Hoy soy el caracol hermafrodita que se busca sin guantes el centro vertebral…
Y no lo encuentro.


•••
La tarde es de bañistas con la piel bronceada sometiéndose al coito solar con aire decadente. Yo miro y las desnudo desde mis gafas negras, consumando ese rito voyeur que llevo impreso en el que no importa nada la mirada lujuriosa, ni el deseo, pero sí la estética que engarza la agonía de la sombra en una curva o el traspiés de la carne bajo la lycra suave. Los cuerpos son de ortiga y se callan al ritmo de las gotas precipitadas, y se hacen olor que infecta las partes del cerebro más sensibles al caso.
Me gusta imaginar el campo de la muerte con piscina y unas bañistas quietas con sus gorros de baño y los ojos cerrados desmirando al sol, me gusta imaginarlo con el brillo del bronce y el vello sesteando en las axilas igual que las medusas. Y también con la fruta precisa haciendo sombra desde los soportales vegetales, y tomar un membrillo y morderlo con ganas.

Comentarios

  1. Chapeau por tu poesía hecha prosa, por la manera de hacerla, por tu salvaje epitafio (qué bestia eres!)

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