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Tengo ganas de salir de aquí.

Persisto en las fotografías térmicas de mis dibujos. Esta vez con luz tamizada de frente y con foco de luz tras el papel. Estoy disfrutando como un chiquillo.


Halarberito persiste en sus dolencias adanas y lo percibo algo mosqueadillo con el asunto físico, pero todo pasará, que es cosa de dos o tres días regular ese desarreglo intestinal. Echo de menos imágenes y le pido al dios de los ceramistas murales que este pirulo pille cámara ya donde sea, que el tiempo que pasa sin poder obtener imágenes es una pérdida importante. Hoy me escribió un mail encabezado así: “Tengo ganas de salir de aquí”…

“Mañana seguramente viajaremos a Xi´An. Habíamos planeado hacerlo hoy, pero mi indisposición no lo recomienda. Aunque estoy mejor, no es prudente alejarse demasiado de los lugares que disponen de evacuatorios adecuados. No me gustaría que me pasase igual que a ti en el avión. Un abrazo.”


CRÓNICA VIJARRENSE PARA A.H.

Ayer me llamaron de ‘El Adelanto’ para hacerme una entrevista con motivo de la salida al mercado de mi ‘nuevo librito nuevo’, y hoy salgo en la página 39 de Cultura con carita de hombre de musgo junto a la noticia de que Federico García Lorca cumple el 72 aniversario de su muerte violenta… qué chulo, Alberto, esto de compartir página con ese pitufín que fue capaz de escribir la ‘Oda a Walt Whitman’ y el resto de ‘Poeta en Nueva York’ [todo un referente para mí]…

Por el East River y el Bronx
los muchachos cantaban enseñando sus cinturas,
con la rueda, el aceite, el cuero y el martillo.
Noventa mil mineros sacaban la plata de las rocas
y los niños dibujaban escaleras y perspectivas.

Pero ninguno se dormía,
ninguno quería ser el río,
ninguno amaba las hojas grandes,
ninguno la lengua azul de la playa.
Por el East River y el Queensborough
los muchachos luchaban con la industria,
y los judíos vendían al fauno del río
la rosa de la circuncisión
y el cielo desembocaba por los puentes y los tejados
manadas de bisontes empujadas por el viento.

Pero ninguno se detenía,
ninguno quería ser nube,
ninguno buscaba los helechos
ni la rueda amarilla del tamboril.

Cuando la luna salga
las poleas rodarán para tumbar el cielo;
un límite de agujas cercará la memoria
y los ataúdes se llevarán a los que no trabajan.

Nueva York de cieno,
Nueva York de alambres y de muerte.
¿Qué ángel llevas oculto en la mejilla?
¿Qué voz perfecta dirá las verdades del trigo?
¿Quién el sueño terrible de sus anémonas manchadas?

Ni un solo momento, viejo hermoso Walt Whitman,
he dejado de ver tu barba llena de mariposas,
ni tus hombros de pana gastados por la luna,
ni tus muslos de Apolo virginal,
ni tu voz como una columna de ceniza;
anciano hermoso como la niebla
que gemías igual que un pájaro
con el sexo atravesado por una aguja,
enemigo del sátiro,
enemigo de la vid
y amante de los cuerpos bajo la burda tela.
Ni un solo momento, hermosura viril
que en montes de carbón, anuncios y ferrocarriles,
soñabas ser un río y dormir como un río
con aquel camarada que pondría en tu pecho
un pequeño dolor de ignorante leopardo.

Ni un sólo momento, Adán de sangre, macho,
hombre solo en el mar, viejo hermoso Walt Whitman,
porque por las azoteas,
agrupados en los bares,
saliendo en racimos de las alcantarillas,
temblando entre las piernas de los chauffeurs
o girando en las plataformas del ajenjo,
los maricas, Walt Whitman, te soñaban.

¡También ése! ¡También! Y se despeñan
sobre tu barba luminosa y casta,
rubios del norte, negros de la arena,
muchedumbres de gritos y ademanes,
como los gatos y como las serpientes,
los maricas, Walt Whitman, los maricas
turbios de lágrimas, carne para fusta,
bota o mordisco de los domadores.

¡También ése! ¡También! Dedos teñidos
apuntan a la orilla de tu sueño
cuando el amigo come tu manzana
con un leve sabor de gasolina
y el sol canta por los ombligos
de los muchachos que juegan bajo los puentes.

Pero tú no buscabas los ojos arañados,
ni el pantano oscurísimo donde sumergen a los niños,
ni la saliva helada,
ni las curvas heridas como panza de sapo
que llevan los maricas en coches y terrazas
mientras la luna los azota por las esquinas del terror.

Tú buscabas un desnudo que fuera como un río,
toro y sueño que junte la rueda con el alga,
padre de tu agonía, camelia de tu muerte,
y gimiera en las llamas de tu ecuador oculto.

Porque es justo que el hombre no busque su deleite
en la selva de sangre de la mañana próxima.
El cielo tiene playas donde evitar la vida
y hay cuerpos que no deben repetirse en la aurora.

Agonía, agonía, sueño, fermento y sueño.
Éste es el mundo, amigo, agonía, agonía.
Los muertos se descomponen bajo el reloj de las ciudades,
la guerra pasa llorando con un millón de ratas grises,
los ricos dan a sus queridas
pequeños moribundos iluminados,
y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada.

Puede el hombre, si quiere, conducir su deseo
por vena de coral o celeste desnudo.
Mañana los amores serán rocas y el Tiempo
una brisa que viene dormida por las ramas.

Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whítman,
contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
ni contra el muchacho que se viste de novia
en la oscuridad del ropero,
ni contra los solitarios de los casinos
que beben con asco el agua de la prostitución,
ni contra los hombres de mirada verde
que aman al hombre y queman sus labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades,
de carne tumefacta y pensamiento inmundo,
madres de lodo, arpías, enemigos sin sueño
del Amor que reparte coronas de alegría.

Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos
gotas de sucia muerte con amargo veneno.
Contra vosotros siempre,
Faeries de Norteamérica,
Pájaros de la Habana,
Jotos de Méjico,
Sarasas de Cádiz,
Ápios de Sevilla,
Cancos de Madrid,
Floras de Alicante,
Adelaidas de Portugal.

¡Maricas de todo el mundo, asesinos de palomas!
Esclavos de la mujer, perras de sus tocadores,
abiertos en las plazas con fiebre de abanico
o emboscadas en yertos paisajes de cicuta.

¡No haya cuartel! La muerte
mana de vuestros ojos
y agrupa flores grises en la orilla del cieno.
¡No haya cuartel! ¡Alerta!
Que los confundidos, los puros,
los clásicos, los señalados, los suplicantes
os cierren las puertas de la bacanal.

Y tú, bello Walt Whitman, duerme a orillas del Hudson
con la barba hacia el polo y las manos abiertas.
Arcilla blanda o nieve, tu lengua está llamando
camaradas que velen tu gacela sin cuerpo.
Duerme, no queda nada.
Una danza de muros agita las praderas
y América se anega de máquinas y llanto.
Quiero que el aire fuerte de la noche más honda
quite flores y letras del arco donde duermes
y un niño negro anuncie a los blancos del oro
la llegada del reino de la espiga.


•••
Te la transcribo, porque sé que leída ahí afuera toma color y náusea, y se hace frontera donde el nudo creativo se compara con otros, y va a obligarte a mirar con ojos de fiebre la obra de Qin Shi Huang, y va a hacerte sentir como un pellizco el espíritu ancestral de la ruta de la seda mientras degustas con los ojos las cimas Qinling o dejas reposar tu celeste mirada en las aguas sucias del río Wei.
Hoy China es lo que era Estados Unidos en los años en los que Federico los visitó y en los que escribió este magnífico poema: un gigante emergente que puja desde los millones de sacrificios personales y diarios de sus hombres de barro y miseria, una potencia hecha en los campos bajo el espíritu de la hormiga, hecha en la sangre de las manos encallecidas, en el vientre apretado por la necesidad… de ahí, y de aquí, debes obtener la fuerza necesaria para seguir ‘diciendo’, para seguir ‘haciendo’, todo lo que tus ojos recojan, y no temer los límites ni abrumarte en lo errado… tu suerte, hermano, es estar entre ‘las flores grises en la orilla del cieno’… y tener manos para darle salida a ese espíritu que encierra la capacidad hermosísima de hacerse ‘barba llena de mariposas’.
Lee este poema en alto, atentamente; recítaselo a tus colegas mientras la pasta fría reposa en las mesas de trabajo, y cuéntales de mi parte la rosa de fuego en el pecho de Federico, y luego anímalos a salir con la percepción puesta para tomar del paisaje y de la gente ese espíritu ciego que hace a los hombres bestias a la vez que dioses. Diles, Alberto, que es su responsabilidad percibir para tomar el poso preciso que mañana sea creación para todos los hombres que no pudimos ver lo que vosotros tenéis ante los ojos, que no pudimos tocar lo que vuestras manos tienen a su alcance, que no pudimos saber cómo un pueblo vomita para ser un gigante.
Tengo un puntito épico esta mañana, Halarberito, lo siento, pero creo que no viene mal tenerlo algunos días y sentir esa cosita chula de misión que cumplir.
Que mejoren tus vísceras [por el bien de los nasos orientales y por el tuyo mismo].
















Comentarios

  1. Hola Sr. Comendador, tras un viaje relámpago a mon village, regreso a los mandriles repletita de ascos, no lo soporto, (así que no te enfades si llenamos tus rincones porfipliss, que bastante tenemos ya con lo que tenemos...).

    Leyendo a Lorca he recordado a María, la viejita granaína que vivía frente a mi casa (más linda que era...), de Fuente Vaqueros, amiga de juegos de Lorca y alumna de su madre en la escuela. Guardaba una cajita de cromos (ella les llamaba estampitas) que le había regalado Federico.
    Supongo que los hijos de María (que casi nunca venían a verla) se dieron prisa en tirar toda "la mierda" del piso para poder venderlo en un pis-pas, pero a mí me queda un regustillo de haber tenido aquello entre mis manos....
    Espero que D. Alberto ya esté mejor, y tú, como decía mi abuelo: "no digas tantas pamplinas" que tus dibujos no expresen lo que tú quieres, no significa que sean lo que tú piensas que son. Ayyyyyssssssssss!

    ResponderEliminar
  2. Buenas, buenísimas las imágenes. No me extraña que estés disfrutando como un enano.
    ¡Y enhorabuena por la entrevista! Es como para preguntarse: ¿quién en es ése que aparece en la misma página que Luis Felipe comendador? :-))
    Lorca es una gozada, y tú también.
    Besazos.

    ResponderEliminar

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