Dos días sin noticias de Alberto [tengo curiosidad por saber el final de sus piezas en los infiernos chinos] y un abrazo fuertote que le envío de parte de Luisito [el fúnebre], con el que estuve tomando una cañita en el bar de El Abuelo, en Montemario, mientras esperaba al final de la misa dedicada al padre de mi amigo Joselín, que falleció hace un par de días de forma inesperada [este año cuento los muertos cercanos a puñados, coño].
El día salío de viento y nubes, de encuadernaciones de las de “vamos, vamos, vamos…” y de dudas sobre mi viaje a México [siento vértigo solo de pensar en hacer mi maleta… y es que ya no me apetece viajar, aunque sea a costa de Juan Pandero]. Entiendo que el salto al continente americano puede ser importante para mi poesía, que haré amigos nuevos y se extenderá mi mirada y mis ganas de seguir engolfado en la escritura, pero me cuesta tomar la decisión de marchar, porque soy un sedentario genético y apenas sé sobrevivir sin mi rutina diaria de familia y trabajo. No sé qué haré, y tengo que decidir con urgencia.
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Busco soledad para no compartir mi debilidad, aunque sé que compartiendo mi debilidad con otras debilidades, éstas entran en disolución. Ser débil sin la contraparte que te proyecta débil es ser fuerte… no sé si se entiende esta propuesta absolutamente contradictoria y lógica. Ser débil hacia uno mismo es otra cosa, porque el uno se desdobla y, entonces, sí hay contraparte y sí hay debilidad.
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Me fascinó leer de Valéry eso de que “la religión es un sistema que no se verifica nunca”. Lo malo es que la vida es un sistema complejo que solo se verifica en la muerte.
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No contrapongas jamás la sociabilidad con la soledad, pues son términos que se imbrican, se cruzan, se mezclan, se comparten. Yo soy absolutamente sociable e impertinentemente solitario.
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Mi teatro no es más que la medida de tu teatro… si creces en mis palabras, yo crezco en tu cabeza; si me crees falso, es que te estás falsificando conmigo; si descubres mis máscaras es que estás empezando a reconocer las tuyas. Somos lo que realmente somos y también lo que quisiéramos ser… Lo peor es que mi facilidad se convierta en ti en dificultad, eso sí que es malo para mí.
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No es malo sentirse extranjero. Yo mismo soy extranjero en mi pueblo, en mis calles, en mi mundo de siempre… y no me siento mal. Mi único problema de extranjero es que suelo sentirme mal traducido entre los míos. Pero eso tiene arreglo si quien me aprecia decide estudiar bien mi idioma.
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Mi sistema microeconómico me indica que no pierda el tiempo leyendo prosa, que solo penetre en la poesía como posibilidad de arte, que no busque en nadie –solo en mí– el sentimiento, que me disperse en ideas propias y no me concentre en palabras de otros, que todo parta de mí y desemboque en mí, que no me quede sino en las soluciones que prefiera, sospechar de todo lo que me llegue de la complejidad o la propicie, borrar del pasado todo lo que no me interese.
Yo pegué el salto al continente americano el pasado año. NO LO DUDES. Hay gente maravillosa. Y estoy seguro que te enriquecerá personal y poéticamente. Si no lo haces, te arrepentirás por siempre.
ResponderEliminarSalud y suerte, como dice mi madre.
"El Calvo"
Vete a México, no lo dudes(se que no lo dudas). Sabes que yo no quería venir a China y que fue Aurora la que casi me obligó.Las cosas aquí no están saliendo de lamejor manera, pero aún así está mereciendo la pena y mucho.
ResponderEliminaralberto H.
Que exista debilidad y desmayo para no sentirte dios nunca jamas.
ResponderEliminarTe entiendo, querido viejo, amigo.
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