Martillos todo el día sonando en el piso de arriba, parece que habrá hotel para estrenar en junio.
La mañana fue lenta, como los tristes bueyes mesetarios sometidos a un yugo de labranza. Maqueté medio a salto de mata páginas de una agenda para el colega Diego Mesa, decaí con la exacta visión de mi cuenta cajaduero, me evadí tuneando un furgón lineatrés con tipografía paloseco en color blanco, compré el pan y recogí a mi muchachón en la puerta del cole. Arroz a la cubana en microondas, dos plátanos de postre, fregar los cacharrillos, adecentar las camas y una siesta en sofá con tres cojines [dos cojones]. El café en pieldetoro con ganas de sonrisas, pero no había nadie que riese mis gracias [si es que me queda alguna]. Camareras comiendo ensalada de canónigos, las tres teles flipando su melopea diaria de rajóis y marbellas, de sofías y muertos. Me entregué en cuatro sorbos por terminar deprisa y huí hacia donde estoy para esconderme un rato.
La tarde se presume aburrida de larga. Volveré a maquetar por no hacer otra cosa.
(22:17 horas) La tarde fue de etiquetas de botella sin mensajes náufragos, de pancarta 16x2 y de milongas electorales hasta que me llegué a esta Dayna Kurtz interpretando el ‘Everybody knows’ de mi Leonard Cohen en la que estoy ahora como meciéndome en el fin de semana que se aviene como un torrente de tranquilidad en el que sólo tengo el curro de ir a comprar ropa con mi hija [sólo quiere comprarse ropa si estoy yo] y de ir a ver una peli al cine con Guillermo.
(23:00 horas) ¿Por qué una historia tiene que ser natural y lógica?, ¿por qué debe discurrir por terrenos parejos a los de la vida? Decían de Dostoievski que era un escritor anecdótico y que sólo su ‘Crimen y castigo’ se arrimaba a la norma de lo natural. ¿De qué sirve escribir en parámetros de realidad siguiendo un proceso temporal bien articulado? Deshacer y pegar sin una norma por la que regirse es mucho más luminoso.
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