Cada día hago cien planes de futuro para intentar salvarme y cada noche se han frustrado todos y cada uno de ellos. Hago planes para dormir menos y escribir más, para obtener ese dinero que me falta a todas horas, para comer lo justo y no inflarme a magdalenas con leche, para conseguir que mis hijos vean su formación como yo la percibo, para llenarme de enconada voluntad, para no caer en los engaños diarios que me hacen más miserable y adormecen mi frágil conciencia… Pero todo se viene abajo con la noche, justo cuando hago balance y percibo netamente que no he conseguido mantenerme ni un minuto en los presupuestos del día. Todo se solapa y cada pequeño acontecimiento modifica sin piedad el orden prefijado para destruir el futuro que busco como una sed.
Intento sacarle partido a este desastre [fracaso] y a veces lo consigo. Es como un enfoque de cámara subjetiva, un enfoque de lo que es el mundo que juega a la proporción inversa: enfoco el mundo y se me desenfoca el ‘yo’.
Lo más curioso es que soy capaz de cumplir casi todos mis compromisos con los demás mientras que no atino a cumplir ni uno de los compromisos que me marco para mí. Es frustrante, a veces demasiado frustrante… y de ahí tantos decaimientos de ánimo y tan seguidos. Toda esta sensación de plazos vencidos sin resultado alguno me hace más solitario de lo que soy, porque, entre otras cosas, le echo la culpa al mundo cuando quizás sólo sea fruto de una inexorable genética heredada.
No tengo voluntad, es triste gracia.
(18:35 horas) Anoto constantemente y no entiendo nada hasta que pasa un tiempo largo sobre lo anotado; entonces, cuando algo empieza a suceder en el poso de mis notas, crece una necesidad urgente de buscarle forma física [gráfica], de llenarlo de palabras y de signos. Es algo así como si mi vida sucediera después de mi vida, como si alguien la hubiese sembrado unos meses antes y comenzase a florecer de pronto, con todo ya pasado y sin posibilidad de ser recuperado [sólo sé recuperarlo como material de memoria]. El resultante de este proceso es siempre contradictorio, pues se aúnan la clarividencia de lo ya vivido y la frustración de no poderlo revivir en el mismo instante en que sucedió.
De este proceso salgo siempre muy afectado, sin ganas de seguir mientras me grito en silencio: ¡Estás loco, Felipe, totalmente loco o mentalmente muerto! Entonces busco signos en la memoria con los que compartir mi frustración, mi desesperación. Busco noches de abril en las que la temperatura se hace excepción del invierno, busco tactos sentidos, busco horas pasadas con sensación de instante e infinito, busco canciones viejas que me hicieron saltar y me elevaron, busco la mirada de mis hijos en un día de lluvia… pero con ello no logro sanar, no olvido, porque no sé olvidar… incluso a veces llego a sentirme peor.
La sensación, entonces, es que siento cómo mi vida sólo me sirve como recurso literario, ya que en lo literario sí encuentra sentido, pero es un sentido ficticio, un sentido que no me sirve nada más que para sentirme Narciso y muerto.
También pienso a veces que este tipo de existencia que relato es muy parecido a la existencia de las piedras, que ‘están’, pero no ‘son’ sin un ser que las desprecie, las lance o edifique con ellas.
Mi estudio tiene más vida que yo, porque recoge mis cosas y las amontona, contiene mis libros, soporta mis dibujos y cobija mi cuerpo como un objeto más que sumar a su desorden.
(22:42 horas) Caigo ahora en la cuenta de que fui un niño feliz, absolutamente feliz, y todo gracias a mis padres, que me ocultaron el mundo con una pantalla de sonrisas y cosas hermosas que hacer, y gracias a mi abuela Antonia, con la que viví unos cuantos años de mi infancia y adolescencia. Ella me llamaba “mi compañerito”, me hacía natillas y me compraba los viernes cuatro tebeos que leíamos juntos. Mis amigos de aquel tiempo también fueron parte de esa felicidad porque ellos también eran felices.
No sé de que me quejo, pues no tengo razones, ya que, haciendo la cuenta, no creo que sumen un 3% los humanos que han conseguido vivir tres años seguidos en el estado feliz que yo lo hice. Llevo un buen bagaje y ya disfruté mi capital y sus buenos intereses.
Lo que me suceda a partir de ahora será de regalo.
Gracias.
Intento sacarle partido a este desastre [fracaso] y a veces lo consigo. Es como un enfoque de cámara subjetiva, un enfoque de lo que es el mundo que juega a la proporción inversa: enfoco el mundo y se me desenfoca el ‘yo’.
Lo más curioso es que soy capaz de cumplir casi todos mis compromisos con los demás mientras que no atino a cumplir ni uno de los compromisos que me marco para mí. Es frustrante, a veces demasiado frustrante… y de ahí tantos decaimientos de ánimo y tan seguidos. Toda esta sensación de plazos vencidos sin resultado alguno me hace más solitario de lo que soy, porque, entre otras cosas, le echo la culpa al mundo cuando quizás sólo sea fruto de una inexorable genética heredada.
No tengo voluntad, es triste gracia.
(18:35 horas) Anoto constantemente y no entiendo nada hasta que pasa un tiempo largo sobre lo anotado; entonces, cuando algo empieza a suceder en el poso de mis notas, crece una necesidad urgente de buscarle forma física [gráfica], de llenarlo de palabras y de signos. Es algo así como si mi vida sucediera después de mi vida, como si alguien la hubiese sembrado unos meses antes y comenzase a florecer de pronto, con todo ya pasado y sin posibilidad de ser recuperado [sólo sé recuperarlo como material de memoria]. El resultante de este proceso es siempre contradictorio, pues se aúnan la clarividencia de lo ya vivido y la frustración de no poderlo revivir en el mismo instante en que sucedió.
De este proceso salgo siempre muy afectado, sin ganas de seguir mientras me grito en silencio: ¡Estás loco, Felipe, totalmente loco o mentalmente muerto! Entonces busco signos en la memoria con los que compartir mi frustración, mi desesperación. Busco noches de abril en las que la temperatura se hace excepción del invierno, busco tactos sentidos, busco horas pasadas con sensación de instante e infinito, busco canciones viejas que me hicieron saltar y me elevaron, busco la mirada de mis hijos en un día de lluvia… pero con ello no logro sanar, no olvido, porque no sé olvidar… incluso a veces llego a sentirme peor.
La sensación, entonces, es que siento cómo mi vida sólo me sirve como recurso literario, ya que en lo literario sí encuentra sentido, pero es un sentido ficticio, un sentido que no me sirve nada más que para sentirme Narciso y muerto.
También pienso a veces que este tipo de existencia que relato es muy parecido a la existencia de las piedras, que ‘están’, pero no ‘son’ sin un ser que las desprecie, las lance o edifique con ellas.
Mi estudio tiene más vida que yo, porque recoge mis cosas y las amontona, contiene mis libros, soporta mis dibujos y cobija mi cuerpo como un objeto más que sumar a su desorden.
(22:42 horas) Caigo ahora en la cuenta de que fui un niño feliz, absolutamente feliz, y todo gracias a mis padres, que me ocultaron el mundo con una pantalla de sonrisas y cosas hermosas que hacer, y gracias a mi abuela Antonia, con la que viví unos cuantos años de mi infancia y adolescencia. Ella me llamaba “mi compañerito”, me hacía natillas y me compraba los viernes cuatro tebeos que leíamos juntos. Mis amigos de aquel tiempo también fueron parte de esa felicidad porque ellos también eran felices.
No sé de que me quejo, pues no tengo razones, ya que, haciendo la cuenta, no creo que sumen un 3% los humanos que han conseguido vivir tres años seguidos en el estado feliz que yo lo hice. Llevo un buen bagaje y ya disfruté mi capital y sus buenos intereses.
Lo que me suceda a partir de ahora será de regalo.
Gracias.
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