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La compleja simplicidad.


Hay una idea que me machaca sin descanso, aunque apenas escribo sobre ella. Es la percepción de que todo marcharía mejor si se adoptaran usos de vida simplistas.
El mal del mundo radica en la complejidad que sumamos a la toma de cualquier decisión, por pequeña que sea. Tal complejidad viene, fundamentalmente, de la necesidad de ocupar nuestra mente con idea de ‘camino’ y, en un plano más prosaico, de esa otra necesidad de ocupar [hacerles sensibles y partícipes de una utilidad social, generalmente innecesaria] al número ingente de personas que componen/componemos el grupo humano.
Si nos ponemos, por ejemplo, en el campo de la creación literaria, la proposición simplista se anudaría en el texto que escribe un autor y en las sensaciones que obtiene quien recibe la obra. No hay más… o no debiera haber más… Sin embargo, la realidad es muy otra, pues de la creación básica e individual de esa obra literaria comienzan a chupar las hormiguitas que componen el mundo complejo: llega un crítico y hace su lectura, interpreta, inventa, manipula y cobra [no había necesidad, tío, de verdad]… y llega un estudioso empeñado en estudiar y analiza el texto letra por letra, busca orígenes y finalidades, formas lingüísticas, tropos, razones de la sinrazón y hasta los exactos pensamientos del autor cuando escribió cada frase, y cobra por ello o saca su tesis y pilla plaza de adjunto en goloso departamento [no había necesidad, tío, te lo juro]… y al amor del estudio del estudioso y de las chorradas del crítico, pues que hacen unas jornadas con créditos para el alumnado y pasta para los ponentes [todo, a lo que se ve, va en el tono exponencial], y se editan las ponencias en un libro de actas, y se hace un reportaje fotográfico sobre las fotos familiares del autor que tendrá nota en exposición itinerante y se argumenta un curso de verano en la universidad más molona con más ponentes y más alumnos y más créditos y más ediciones de actas… y se hacen carteles y folletos… y se editan las páginas más amarillas del autor en revistas proliterarias, y distintos profes de distintos centros educativos dedican seis días del curso a contar el estilo, la forma y la influencia del autor en su tiempo, y se hacen miles de fotocopias para repartir, y se pide a los chavales que hagan comentario de texto, y se mete al autor y a las actividades derivadas de su nombre y de su obra como parte de los proyectos curriculares, y se hacen reediciones, ediciones comentadas, ediciones recomentadas de las ediciones comentadas, y todos cobran, y todos dicen que trabajan, y todos viven y beben mientras se gestionan derechos de autor directos, derechos de autor diferidos, copys por cada palabra y cada imagen… y así hasta el infinito y uno más… y otro más [por no empezar con el mercado de segunda mano, las librerías de viejo, el mercadeo de las primeras ediciones…].
El autor y el lector. ¿No sería lo más normal, lo más lógico, lo más indicado, lo más sencillo, lo más simple?
Bueno, pues tal complejidad es la que acaba enredando siempre la vida de la gente, la que hace que muchos sobrevivan con una producción falsa a todas luces y que demasiados mueran sin entender nada de nada.
No sé si me explico.

(15:51 horas) Existe una suerte de determinismo sexual [fuera de toda voluntad, se entiende] que lleva a los ojos masculinos a atrapar los volúmenes carnosos y llevarlos al plano de la excitación individual. Anda el varón tardío [es un ejemplo] enfrascado en lo suyo [un cafetín con hielo] y, de pronto, como una rayo luminoso y acojonante, se expone a su mirada la generosidad de un escote que contiene esa dicha globulosa con aspecto de hucha maternal. Es absurdo apartarse o apartar la mirada, como sería absurdo lanzarse hacia esa almohada mullida y protrempadora como a un agua limpísima en verano. Has de mantener el tipo, tu pose de barrita, el gesto de la cara, el cruzado de piernas [intentando ocultar cualquier desaguisado], e incluso ese toque de abulia en tu constante máscara… pero los ojos no, ni la cabeza…
Esa suerte de nalgas superiores animan tu trabajo imaginario y empiezas a anotar en un continuo el resto de la carne que averiguas: eréctiles pezones coronando aquellas cimas mágicas, las axilas redondas en el pliegue del pecho [esas falsas axilas que son locura y cábala], la longitud del vientre como una orografía, el pozo del ombligo con todo su secreto, lo boscoso del pubis, el arco feudal de las caderas, el centro inaccesible, el columnario par que sustenta ese cuerpo, las rodillas de hoyuelos, el descenso limoso de unos gemelos suaves, los tobillos… el pelo… Todo desde tu exacto lugar, sin que te delate ni un solo gesto, porque el determinismo ataca donde una sombra de moral [je, je…] resiste.
La voluntad viene luego, y depende del tipo de perico sometido a esa tortura dulce… Yo lo intento escribir con esa cosa meteorológica de borrascas y anticiclones interiores, buscando despacharme en la palabra y escondiendo los gestos y mi rara colección de humores para que sean protagonistas de otras circunstancias con centros accesibles.
Hay una suerte de determinismo sexual que agota… pero que no está mal.
De FUMADORAS

Comentarios

  1. Eres el Lutero, Luis Felipe, de la teoría de la literatura y de la parte de la filología que se dedica a la literatura. ¡Cuelga ya tus 96 tesis!
    Un abrazo,
    Pablo

    ResponderEliminar
  2. Pablete, más bien me gustaría ser el útero de la teoría de la literatura.

    Jeje.

    Un besote

    ResponderEliminar
  3. Vaya que sí. Yo también me apunto. Mola la idea de la poesia desnuda, nudista en medio de cientos de miles de poemas como cebollas.
    Oye...¿y que tal el trueque?
    -Anda, Felipe, te cambio una sonrisa por una greguería; una tarta por diez versos; te lavo el coche por....
    Me imagino ir a hacer la compra con el bolsillo lleno de poemas para pagar.
    Dejemos fuera de juego a quienes escriben para los críticos.
    Besos, hermano

    ResponderEliminar

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