Esa necesaria preocupación por la suerte que corran los demás, sobre todo si esos ‘demás’ están en malas condiciones de vida, es lo que venimos llamando ‘solidaridad’… lo malo es que el concepto “solidaridad” tiende a mezclarse con otros muy distintos, como “filantropía”, “caridad”, “altruismo”… y en esa confusión se diluye lo vacío de una moralina absurda que nos hace pensar en que debemos dar lo que nos sobra, socorrer a quien lo necesita delante de nuestros ojos o ajenos a ellos… es decir, calculamos el valor solidario por lo que nos autosuponga más ‘humanos’ individualmente y no por lo que nos podría suponer seres políticos con una verdadera voluntad social… tendemos a llamarnos ‘solidarios’ cuando damos limosna, cuando apadrinamos a un crío del Nepal, cuando nos lavamos la conciencia con dos kilos de arroz para cualquier campaña navideña o comprando un bolígrafo mediático para que cuatro artistas de relumbrón se vayan a África a llevarle un juguete a un necesitado niño de color [negro, claro]… pero jamás arrimamos el término “solidaridad” al hecho político necesario que sea y se haga en base a razones de verdadera justicia social… así, la solidaridad debe ser siempre una acción colectiva que empuje a los bienes públicos a ser parte fundamental del bienestar de todos [y no solo de una parte].
Para ser verdaderamente solidarios es imprescindible tomar un compromiso individual con la comunidad para lograr que cualquier bien común no excluya a nadie, buscando las situaciones de mayor necesidad y a los grupos más vulnerables y actuando en clave de justicia social [se entiende perfectamente que quien es solidario no puede esperar obtener nada a cambio de su acción… ni siquiera una parcela en el Cielo, con vistas, cuando sus huesos tomen tierra…].
La solidaridad debe demandar con energía el universalizar los derechos democráticos mediante el compromiso de los individuos en la promoción y extensión de los bienes públicos, obligando a los estados a ser los responsables de llevar a cabo políticas fundamentadas en los valores de “libertad e igualdad” como principios irrenunciables de justicia, creando oportunidades y recursos que capaciten a ‘todos’ los individuos para gozar efectivamente de los derechos que les corresponden.
En este punto debo detenerme para incluir un concepto que siempre debe ir unido a la idea de solidaridad, “la conciencia colectiva”, que parece la única forma capaz de mantener una regulación social y moral de los estados para que mantengan esa necesaria tensión de la lucha solidaria mediante una ética que debe enraizar en cada individuo [también deben hacerse los estados responsables directos de inculcar esa ética, por educación, a los individuos]… así, la conciencia colectiva será capaz de llevarnos a tener sentimientos comunes que nos lleven a unirnos en el trabajo de la justicia social, haciéndonos seres individualmente libres y socialmente solidarios.
Desde este punto de vista, una sociedad de individuos libres socialmente solidarios propiciaría el mejor funcionamiento de la vida en común en base a ciertas normas que nos lleven a la equidad.
Para conseguir esta difícil meta de una ‘sociedad solidaria’ se precisa de la “identificación mutua” [que no es otra cosa que compartir valores y cultivar el sentido de ‘pertenencia a algo común’ que nos eleva … y a eso se llega desde una educación bien trabada, que no es el caso actual, ni en nuestro país, ni en los demás países del primer mundo]. Sin esa identificación mutua no llegaremos a parte alguna.
Una vez obtenida esa voluntad común hacia la igualdad, e incluso mientras se logra, es imprescindible que las sociedades impongan ciertas pautas morales que lleven a compromisos políticos, ordenamientos jurídicos y obligaciones institucionales que nos conformen en términos de responsabilidad con el bienestar común y completo, propiciando ‘asimetrías’ [me encanta esta palabra cuando hablo de solidaridad] que nos lleven a igualarnos en raseros de justicia.
Para ser solidario, lo primero que debemos hacer es reconocernos, imaginarnos en la situación del otro y tomar conciencia de que somos iguales y de que las circunstancias ponen diferencias entre nosotros hasta el punto de excluir a muchos hombres de los mínimos vitales que son necesarios para vivir con dignidad, conformando la masa ‘vulnerable’ sobre la que debemos actuar con decencia y no permanecer impasibles ante la ‘invisibilidad’ que le procuran los mass media bajo los intereses espurios de los grandes mercaderes.
Debemos involucrarnos de forma incondicional en empresas solidarias que tengan valor por sí mismas, sin medir los costes ni los beneficios, sin detenernos en sus efectos o en sus resultados, simplemente involucrarnos y salir adelante… debemos empeñarnos en participar en la actividad pública para modificar sus costumbres y sus usos, pues es una de las más importantes labores de solidaridad [la responsabilización política del individuo es fundamental para conseguir los fines solidarios], y no conformarnos con el mero asentimiento… y luchar por la creación de modelos sociales solventes que sean capaces de armar un nuevo ciclo político en el que los patrones de justicia, igualdad y libertad se asienten como patrones fundamentales y efectivos… y para todos.
Estimado amigo, cuantas veces deseo poder expresarme como tú lo haces, te voy a pedir permiso para poder copiar este post tuyo en mi blog, huelga decir que nombrando el autor y suscribiendo, todo lo que en esta entrada expresas.
ResponderEliminarUn saludo.